viernes, 8 de agosto de 2008

Cielo Inca (partes 1 y 2)

Parte 1: Bolivian Beauty.

La última vez que había escrito habíamos estado en una mina en Potosí, el famoso Cerro Rico, del cual, en mención escueta, no conté esas condiciones infrahumanas, con enfermedades que te hacen toser sangre, en espacios donde por días podés estar sin ver la luz del sol siendo un niño de 12 años o cobrar un sueldo que no llega a la mitad del básico en Argentina.. Pero no vamos a amargarnos! Para eso existe la vida, no este blog. Si quieren saber un poco más les recomiendo conseguir "The devil miners".

Hoy estoy en Santa Teresa, un pequeño pueblo de gente agradable y algún borracho inofensivo a las 5 de la tarde, y en el medio han pasado cosas muy movilizantes. Esta entrada prefiero hacerla en dos veces, organizando la intensidad. Además, me está agarrando hambre.

Después de huir de Potosí, la segunda ciudad más alta del mundo, con un frío calante en los huesos, la aún más colonial Sucre fue sede. A todo esto, una queja pública: ¡Basta de cobrarme derecho de terminal y de uso de baño! Seguimos. Sucre es hasta ahora la ciudad más linda de Bolivia, y digo esto a sabiendas que en los últimos tiempos reniego de las grandes ciudades. Como no existía mucha expectativa, dejé desafiante el reto a la ciudad para que me sorprenda.. Y lo hizo. Las calles estan adornadas con hileras de edificios blancos, coloniales, y la zona más cercana a la plaza principal es un relajo para el viajero cansado. Pero los dos puntos imperdibles para conocer son el mirador y el mercado central.

El mirador, como pueden imaginar, está ubicado en el punto alto de la ciudad, precedido por una plaza e inmerso en un bar con reposeras, mesas debajo de techos de paja y con música italiana, rusa y chechena que nadie conoce de fondo, pero que no molesta (proximamente: Los temas de los 80´s que nunca fueron un éxito). Era el lugar ideal para comer un rico sanguche, pedir una jarra de limonada y tirarse a leer un libro, o a hacer nada. Toda una tarde puede pasarse entre tus dedos si elegís el lugar ideal entre el sol y un poco de sombra. Luego, bajando de ese exceso de tranquilidad hecho paisaje, podías dirigirte hacia el centro urbano de nuevo y planificar la cena. Para eso, el lugar para abastecerse era el mercado central. Llegando por la calle peatonal y entrando por pequeños pasillos se ingresa a un mundo surreal de mujeres en pañoletas azules y comida extremadamente barata. Dos mujeres de ese predio me han alimentado en panza y espiritu durante mis días en Sucre: Basilia, con su stand lleno de frutas, donde no tenías que tener ningún tapujo en decirle "Basilia, quiero un jugo de piña...y de....maracujá". "Si, ia, ia".. Respuesta y manos a la obra. Para quienes van a tomar un jugo de naranja un poco aguado en La City en vaso de Martini, les cuento que estos jugos recién hechos les hacen lamer el trapo, en vasos de verdadero licuado y, no conforme con tomar uno, como Basilia siempre hace de más, te rellena el vaso de nuevo. Todo esto por la módica suma de 3 pesos bolivianos, algo asi como 1.35 pesos argentinos. Suficiente para dejar de hablar de esto y pasar a mi nuevo objeto de deseo. Desde la distancia ya la veía, con su escaso tamaño, sus ojos apenas por debajo de su gorro azul.. Yo le tiraba un beso a la distancia y ella me recibía con un característico "Hola papacito ¿Que va a ievar?". Gaby nunca dejaría que me muera de hambre, y así como yo ofrecí fidelidad, ella siempre me regalaba alguna cebolla o un tomate para el viaje. Una parte de mi corazón (el ventrículo izquierdo, para ser exacto) quedará por siempre en el mercado de Sucre.

Pero así fue, con un abrazo, un agradecimiento y un Bonobon me despedí de las dos señoras que me alimentaron durante esos días, y de Sucre, continuando mi camino a La Paz. El micro fue una experiencia de más de 7 horas, donde no estaba muy seguro si iba a poder dormir. Entre rumores de robos en las rutas, sobre todo en los viajes nocturnos (como el que estaba tomando), me sentía un poco intranquilo de cómo se resolvería toda esta incertidumbre. Lo real: el único incidente fue Rambo IV, en castellano. Un regalo del viaje fue hacer un stop en un restaurante improvisado, parada para quienes no habían cenado. Yo pude aprovechar y tirarme al pie de un pequeño cerro boca arriba a disfrutar a miles de metros del nivel del mar un cielo que se presentaba como una cúpula con manchas brillantes, desordenadas, a unos metros de mi mano.
A La Paz arribé un día domingo. Tranquilo, a diferencia de lo que me habían contado de la caótica capital. De cualquier manera había un tufillo raro, un ambiente de referendum un poco denso en el aire, por lo que ya tenía destino de paso. Un día que no pude disfrutar mucho por haber tomado mucho frío en el bus, que sea domingo.. Todo se configuró para que pueda, después de una largo tiempo, sentarme en una butaca de cine a disfrutar de una película. Muerto La paz, Viva La Paz.

Con la indecisión todavía de ir (o no) a Peru, lo mejor fue acercarse un poco a la frontera y luego ver bien qué hacer. En Copacabana, pueblo homónimo de la playa de Brasil, tuve un día de contacto con el esfuerzo. Después de dejar las mochilas me dirigí hacia la costa del lago Titicaca para subirme a un bote a remar para alejarme de la costa y de la gente; ver un poco desde lejos. Para ser la primera vez que remaba sólo puedo decir que fue una experiencia satisfactoria. Luego me dirigí a la cima del cerro Calvario para poder aprovechar la buena vista de todo el pueblo, de la puesta del sol en el lago y pasar un momento de reflexión conmigo mismo. Al día siguiente tomé un barco hacía un destino bien turístico, el cual da vida a la ciudad de Copacabana, que ha caído en la sombra del mismo: La Isla del Sol, un lugar hermoso por donde se lo mire. Este es un buen momento para decir que durante mis 4 días de estadía allí me mentalicé para no cantar la canción. Para los entendidos, La isla te hace sentir que estás en la Isla Mêlée del Monkey Island I, solo que Stan se había quedado en Copacabana rentando patos a pedal.
De norte a sur, rodeado del lago, más azul allí, es donde yacen las ruinas de donde se dice que el Imperio Inca surgió, luego de una gran etapa de oscuridad (de ahí su nombre). Fueron días para levantarse muy temprano (por opción propia, 5:30 de la mañana) y tirarse en la playa a ver las estrellas, emponchado como un ekeko, para luego ver al sol surgir, así como en las historias. Una vez más, esta vez en primer día de Agosto, me levanté temprano para celebrar el día de la Pachamama, la Madre Tierra. Esperando el amanecer de las almas después de una gran oscuridad, en el preciso lugar donde el primer rey Inca fundó el imperio, detrás de la misma piedra comenzó el día. La forma de agradecer se tradujo en un pequeño altar con una ofrenda de hojas de coca, agua, maíz, velas y sangre y una promesa. Luego de coronar el altar, un poco de música de mi ocarina y a continuar camino al lado sur de la isla. Camino que, así como todo espacio turístico y para acampar, estaba lleno de basura. La idea, aprovechando para retribuir a la Madre Tierra, fue juntar cuanto desperdicio viese. El resultado fueron 4 bolsas llenas, un mensaje y un dolor de espalda espantoso. Pero al llegar al hostal donde pasaría la última noche tuve uno de los mejores atardeceres que he visto, estampados en la ventana de mi habitación.

Al día siguiente volví a Copacabana para finalmente, sin idea del cómo y sin la capacidad de arrepentirme si hacía o no lo planeado, dirigirme a Cusco, Peru.

Bolivia me había dejado un sensación inquietante. Así como tuve la oportunidad de vivir paisajes hermosos con playas solitarias y de ver condiciones infrahumanas de vida (ya no sólo de trabajo, si se quiere hacer carrera en eso), también vi algo que me aterrorizó, que podría ser tema de larga charla. Al momento de subir al micro que me condujo de Sucre a La Paz me encontré con una niña que pedía dinero, o lo que sea. Nada nuevo para esperar en un lugar de turístas, pero, y disculpen si parece una pelotudez semántica, escuchar a la nena repitiendo primero suave y luego de forma histérica la palabra "regalame" a cada turísta que pasaba me dejo más que incómodo. Esto se vio de manera más evidente cuando en la isla lo niños se acercan y te toman de la mano para jugar o piden que les saques una foto, código que significa de misma forma pedir dinero. La formación de conciencia en esos chicos da escalofrío, si se entiende que eso es un virus que el "turismo étnico" (sarcasmo que me gusta utilizar para denominar estos caso) está instalando. Por otra parte los padres saben de esto y lo aceptan, ya no se con cuanta resignación o criterio, pero no hacen nada más para dejar de vender a sus hijos a unas lentes. Se siente como la nueva forma de cacería, un safari sin daños físicos. Hablar de esto es como discutir sobre el huevo y la gallina, pero una cosa es cierta: Los chicos saben, y sienten una vergüenza que los deforma por dentro. Bolivia es una belleza de ojos entrecerrados.


Parte 2: El Imperio del Sol.

Cruzando por Desaguadero, después de un despliegue gigante de logística familiar, pude cruzar a Peru gracias a que ya tenía en mi poder el pasaporte. Con un boleto mal arreglado en Copacabana, empezando el trayecto en un bus semicama y terminando en algo peor que el 86 a liniers a las 18hs, iba camino a Cusco. La primer situación traumática fue que, a peor cagazo que el viaje a La Paz, despertar y tener la cabeza de una mujer (dormida y roncando) entre mis pies, otra que había copado mi apoyabrazos y una última que me pateaba por detrás cada vez que se acomodaba no era la situación más relajante que uno puede elegir. Pero allí estaba, deseando llegar, dormir un poco. 7 horas de Puno a Cusco.. Luego entendería un poco la situación de las damas.
1.00 a.m. en la terminal terrestre de Cusco, y Sander aparecía como un ángel para arreglar una habitación. Si alguna vez están por esta ciudad y tienen la suerte de hospedarse en el Hospedaje Andino, nunca duden de la agudeza de sentidos de este muchacho para encontrar turístas cansados e irritados. Otra vez en un ambiente familiar, con camas cómodas y cocina. La segunda situación traumática era descubrir si estaba en Cusco o en Cuzco. Al parecer es como Brasil (o Brazil, el país que ustedes quieran). Acá lo escriben con S, así que me adapto al lugar. Entonces, Cusco ya no me encontraba tan extranjero. Los modos debían ser similares, entonces no todo estaba tan mal como en Tupiza. Sin embargo, como contracara de las pequeñas mediaciones por los precios que tenía en Bolivia, acá es peor la sensación de sentirse una billetera con patas a la vista de todo comerciante. Aquí al parecer hay que perder toda vergüenza para pelear un precio, ya que si algo cuesta 8 soles te lo ofrecen a 10 ("pero se lo dejo a 9"). Ama Sua, Ama Llulla, Ama Quella ("no robarás, no mentirás, no serás flojo", leyes Inca) parecen haber quedado sólo en el folklore del pueblo. Es una lástima que en un pueblo tan grande culturalmente, a veces haya que ser un poco más afilado para distinguir a alguien noble de quien te quiere secar, sólo por costumbre. Así todo, la gente del hostal entró en el primer grupo y dio una buena ayuda para una alternativa al predicamento que estaba presente desde la génesis del viaje: Machu Picchu.

Como todo quien hace el Inca Trail advierte de la reserva con 3 meses de anticipación y los u$ 300.- a pagar por la excursión, las chances se reducían a cero, o a tirarse a la pileta a hacerlo en menos días, por casi el mismo dinero. Pero hay alternativas, siempre hay alternativas. De esta forma, mentalizado en hacer un propio Camino Inca, fue que pasé por Santa María, Santa Teresa e Hidroeléctrica entre buses y taxis. La opción económica al viaje, un poco más vivencial, supongo. Desde hidroeléctrica hubo que apurar el paso, ya que pronto caería la noche y había que caminar por las vías del tren; tren que podría haber tomado también, pero me hubiese perdido del paisaje selvático entre penumbras. Con ayuda de las linternas, Eveline, Amir (un chico israelí que conocimos en el bus a Santa Teresa) y yo llegabamos a Aguas Calientes entre figuras gigantes recortadas en el cielo, el sonido del río a nuestra derecha y luces de hoteles al frente. Otra ciudad viviendo a la sombra del gigante. A la noche, cuando nos alistamos para cenar los tres juntos, un repentino mareo no me dejo terminar mi alpaca (rica, muy rica), y me esperaba una de las noches más horribles del viaje. Entre sudor frío y mareos dormí desde las nueve de la noche hasta las cuatro de la mañana, media hora antes de lo que habíamos acordado para encontrarnos en la plaza principal para comenzar a subir la montaña. Sacando fuerzas de algún lugar (creo que del orgullo) me levanté, me cambié y salí hacia el pequeño infierno de escaleras impares. Por lo visto las 4.30 a.m. es un horario poco original para iniciar el ascenso; al emprender el camino al puente que divide la ciudad de la montaña ya se podían divisar pequeñas luces terrestres que cortaban un poco de la oscuridad, lo que daba un poco más de fuerza para seguir (ahí recordé un poco de la experiencia en el Uritorco). Cada paso fue no pensar en nada, dejar la mente en blanco, y al momento de hacer un stop para recuperar energía, eran las olas de frío que pegaban en el sudor de la espalda las que incitaban también a continuar. No me estaba arrepintiendo, pero no me gustaba nada la idea de llegar y no poder disfrutar, viendo la bruma alrededor. Así pasaron 30, 40, 60, 75 minutos... Y los últimos 15 minutos de ascenso que se hicieron, a esa altura, unos 23 días escuchando un compatc de Roxette en eterna repetición.

Al fin, después de la hora y media, ver gente en fila esperando su turno para entrar a las ruinas fue un momento de gloria que sentí pura y exclusivamente personal por unos 3 minutos, y al rescuperarme un poco recordé a las personas que ayudaron a esto.

Machu Picchu no tenía encima la carga de ser el momento épico del viaje, pero sí era algo por lo que había estado esperando para conocer. En poco tiempo de espera ya podía entrar a las ruinas y quedarme sorprendido y de boca abierta.. En parte también porque estaba blanco cual hoja Canson y con menos piernas que Oaky. La bruma había quedado atras, el sol ya podía intuirse detrás de las montañas. Las cosas estaban cambiando. Aprovechando la energía de gran intensidad, pero relajante, fue un buen momento para elegir un lindo lugar para sentarse, meditar un poco y comer para no caer en desgracia. Después de descubrir los diferentes escenarios de las ruinas sentía la necesidad de tomar una pequeña siesta de 15 minutos (que duró cerca de 2 horas..). No me pregunten si fue la mística del lugar, el descanso reparador o qué, pero ya no sufría los espasmo, el color decidió volver a mi cara y ya no tenía más frío. De hecho, me sentía con una tranquilidad atroz, gigante. El cuerpo salía de mí a descubrir algo, a intentar de entender. No con desesperación, pero sí con un poco de intriga de alumno. Una sensación agradable que compartía espacio físico con un grupo que parecía ser el Alcoholicos Anónimos del misticismo. Sin ofensas, cada cual con su experiencia extraterreneal. El resto del día no tiene mucha explicación en palabras. Machu Picchu, por otra parte, es una muestra impresionante del trabajo y la inteligencia humana, y creo que ahí es donde reside su verdadera energía, de la gente que ha puesto cada esfuerzo allí. Luego de pasar más de 10 horas allí, el retorno a Aguas Calientes fue breve, y pasaría una noche más antes de retomar camino.

Cuando comencé la caminata de nuevo por las vías (esta vez de día), tenía la sensación de que el camino Inca no había terminado, que todavía faltaba asimilar algo, y que los días siguientes y el camino tranquilo serían necesarios. Es así que, al llegar a Hidroeléctrica nuevamente, decidí pasar unos días en Santa Teresa. Allí pasé momentos muy agradables en el hostal de Wilgen y su familia, con el que hicimos una buena amistad. Ahí el tiempo pasó entre aguas termales, jugar con Yordi (12) y Kelly (6), hacer de profesor improvisado de química (¡hacía más de 10 años que no tocaba un libro de esos!) y estar "un poco tranquilo y en familia". Aprovechando que el ambiente lo permitía, pude escribir los primeros parrafos de esta doble entrada.
Hoy ya es 13 de agosto, y estoy en Cusco pasando mis últimas horas en Peru antes de volver a Bolivia. El regreso aquí también fue bastante intenso e interesante: 7 horas caminando al costado del río, conociendo otros pequeños puntos como Quellamayo, caminando en parte por selva, en parte por ruta hasta llegar de nuevo hasta Santa María, donde no encontraría buses a ningún lugar durante más de 3 horas y nadie te levantaba si hacías dedo, hasta que finalmente llegó un colectivo a Ollantaytambo, que era el lugar elegido para pasar una noche. La única mención que haré esta vez es que finalmente pude entender a esas señoras en el viaje a Cusco, ya que tuve que ser yo en esta ocasión quien viaje por 4 horas en el suelo. Ni acostado, ni sentado, ni nada. Después de este "viaje pretzel", nada podía hacer que me desespere tanto.. Ah, sí.. Llegar a Ollantaytambo a la 1 a.m. y buscar durante una hora lugar donde dormir, en un pueblo en el cual todo estaba cerrado, o no te querían abrir. Parte del camino del Inca..

Esta vez la entrada se ha hecho más extensa que la anterior, espero no tener que atrasarme tanto la próxima vez. Intentaré sentarme tranquilo, buscar entre las miles de fotos y mostrarles un poco los highlights del viaje. Vuelvo a la tierna Bolivia, y ya hago cálculos para viajar a Brasil..

1605 km. más en IncaSuri, más el barquito a la Isla del Sol.